19/3/15

Cuando comenzó a escribir tenía claro que su objetivo no era narrar la vida de Jesús, tampoco resaltar sus milagros o sus enseñanzas. Su meta la tenía muy clara desde que escuchó la predicación por boca del seguidor, el discípulo, y ahora el apóstol Pedro:  él deseaba  narrar el principio del evangelio de Jesucristo, el hijo de Dios.
No tuvo la experiencia directa de ser uno de los 12 discípulos, tampoco fue uno de los 70, no estuvo en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, ni fue uno de los miles que fue sanado por Jesús. Él hacía parte de los que más adelante se les llamó cristianos, seguidores de Jesús, el Cristo.
Pudo conocer de primera mano a los discípulos, a los hermanos de Jesús, aún hasta había visto a María, la madre.Conoció muy de cerca a Pablo, hizo parte de su equipo durante el primer viaje misionero, y con él aprendió que la verdad del evangelio debía ser llevada a todo el mundo, aprendió que por evangelio había que dar la vida misma.
En su momento, tomó la decisión de separarse del Pablo y acompañar a su primo Bernabé en la misma tarea. La vida, él diría que Dios, lo llevó a Roma cuando Pedro dirigía la iglesia en ese lugar. Pasó años a su lado, y como fruto de su cercanía, las anécdotas contadas por Pedro respecto a Jesucristo  comenzaron a llenar su corazón; él las escuchó, y ahora otros debían leerlas.  
El principio del Evangelio. Eso quiso decir, eso quiso escribir. El principio porque a algo tan majestuoso como el evangelio no se le puede escribir el fin. El principio porque serían las líneas que contarían a otros una verdad que cambia y transforma la vida de quien lo escucha, de quien lo lee, de quien lo cree, de quien lo sigue. Él escribió solo el principio. Nunca pensó en escribir el final.  
En sus cortos años, nunca se había enterado de una verdad tan trascendental. Fue tan importante el mensaje de Jesús que la palabra verdad se podría quedar corta para lo que en realidad significaba. La verdad salvadora de Jesús no era más que una noticia maravillosa, una noticia de esas que cambian la vida, la presente y la porvenir.
Pero decir noticia era decir poco. Era necesario describir el sustantivo, acompañar noticia, poner un adjetivo. Solo puede ser buena. Buena Noticia. El Evangelio. Que Dios se manifestó en carne, habitó entre los hombres con enseñanzas transformadoras, y milagros portentosos, no era más que una Buena Noticia. Pero más aún, que había ido a la cruz a derramar su sangre por el pecado de los hombres, y que resucitó al tercer día venciendo la muerte, era la mejores de todas las noticias habidas y por haber. Eso era el evangelio.  
Ese sería su tema. Pero ¿y si alguien pregunta de quién era ese evangelio? Era necesario enmarcar el autor de la buena noticia. La importancia del protagonista es tan grande como ella misma. Jesucristo. Él contaría el principio del evangelio de Jesucristo. Era imposible pronunciar la palabra Jesús y no relacionarlo con su significado: salvador. Era imposible mencionar Cristo y no pensar en el Mesías, el ungido.
El evangelio que presentaría no era solo una buena noticia de un anónimo, era la buena noticia del Salvador, del Mesías, del Ungido, del enviado de Dios, de Jesucristo. Solo él puede dar ese tipo de noticias. Solo él puede dar salvación y vida eterna.
¿Y si alguien pensaba que Jesucristo era solo un buen hombre que murió crucificado de manera injusta? Era necesario entonces describirlo aún más. Jesucristo, no es nada más y nada menos que el mismo Hijo de Dios. Sus enseñanzas lo comprueban porque nadie puede hablar como él habla, sus actos lo demuestran porque nadie puede hacer lo que él hace. Bien lo diría el centurión junto a la cruz: verdaderamente él era Hijo de Dios.
Era tarde. La luna había salido hacía horas. Todos dormían. El eco del ladrido de los perros se escuchaba a los lejos. El tema de su obra ya estaba lista. Él trataría el principio del evangelio de Jesucristo, el hijo de Dios. Su vida había sido transformada por este mensaje, y en su corazón sólo deseaba que la vida de muchos se vieran tocada por la gran  buena noticia. Limpió la pluma. Cerro el rollo. Apagó la vela. Juan Marcos a quien después le llamarían el evangelista Marcos se acostó pensando en la importancia del evangelio.  
John Anzola
Marzo 2015

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