9/4/13



Teudas nunca se imaginó que fuera a ser recordado como el líder que dijo ser alguien pero al final no fue nadie.

Sus años de niño tuvo que haberlos pasando en algún pueblo de Jerusalén, asistió a la escuela judía, la Torá estaba en su mente, y la asistencia al Templo era regular. También tuvo que vivir bajo el imperio romano, cosa que desde que tenía memoria le incomodaba y deseaba con el corazón acabar.

En su adolescencia y juventud centró todas sus fuerzas en liderar una revolución frente al imperio. Su mensaje era una proclama de libertad. Sus discursos reunían adeptos cada día. En lo que decía tenía razón:- no hay por qué estar bajo el gobierno de un imperio idolatra  y contrario a la fe. Hay que derribarlo.

Quienes lo escuchaban encontraban esperanza en sus palabras. El pueblo soñaba con la libertad narrada en los libros de historia. ¿Y si las profecías se cumplen en Teudas, y si Teudas es a quien esperamos?

Una tarde una escuadra de soldados romanos salió del cuartel con una misión específica: acabar la sedición, acabar con el levantamiento, acabar con Teudas y sus seguidores. La misión se cumplió. Teudas fue asesinado. Teudas ya no existía más, ni daría más de qué hablar o preocuparse.

Después de su muerte algunos de sus seguidores intentaron continuar su liderazgo infructuosamente. Con el tiempo, sus 400 seguidores se dispensaron y el pensamiento e ideología de Teudas se convirtió en una anécdota más que se contaban unos a otros cuando hablaban de acabar con los conquistadores, de liberar la nación.

La anécdota fue recordada, en una ocasión, por Gamaliel, un fariseo doctor de la ley, mientras hablaba sobre otro líder popular y sobre sus seguidores. Pierdan cuidado, decía, este Jesús y sus seguidores puede ser otro Teudas.

El caso de Jesús era distinto. El discurso de Jesús no hablaba de liberación del imperio romano, hablaba de liberación del pecado; su discurso no hablaba de nuevos y poderosos reinos humanos, hablaba del reino de Dios en la tierra; su discurso no hablaba del Templo y sus ritos, hablaba del corazón del hombre y su relación con Dios.

A Jesús también lo siguió mucha gente. También tuvo seguidores. También lo mandaron a matar. También lo mataron. A Jesús lo crucificaron. Lo sepultaron. También pasó a la historia. A diferencia de Teudas, venció la muerte. Resucitó.

Jesús nunca dijo ser alguien. Al hacer un milagro o dar una enseñanza y ser reconocido como el Mesías, pedía que no se lo contaran a nadie. Nunca hizo un pendón diciendo “Yo soy el Cristo”. Él solo era Dios. Y como lo era, lo demostró.

De Teudas la historia dirá que dijo ser alguien que nunca fue. De Jesús la historia dirá que no dijo quién era porque lo era. Dos milenios después lo recordamos. Y no solo como una anécdota interesante, sino como Dios manifestado en carne. Nada más y nada menos.

Quienes hemos aceptado seguir Jesús debemos tomar como ejemplo a Jesús. Ser seguidor de Jesús, o ser Cristiano como luego se les llamó, consiste en algo más que decir serlo, es vivirlo en realidad. Ser es diferente a decir ser.

En nuestra época, cuando el cristianismo pasa por uno de los momentos en los que carece de identidad, se hace necesaria que la esencia esté por encima de la presencia. El ser cristiano no comienza cuando se dice que se es cristiano, comienza cuando Cristo habita el corazón y transforma al hombre interior llevándolo a tener una nueva vida. Entonces el testimonio de fe es real, y no solo palabras.

En la tumba de Teudas, un cartel  amarillento por el sol y el agua diría: aquí yace quien dijo ser alguien y nunca lo fue. En la tumba de Jesús, un cartel amarillento por el sol y el agua solo dice: Aquí estuvo Jesús, quien no dijo quién fue porque siempre fue Dios.

Quiera Dios que cuando nos marchemos de este mundo, en nuestra tumba el cartel diga que siempre fuimos lo que dijimos ser. La fe no  está en las palabras, la fe está en una decisión de convicción que llena el corazón, y transforma la vida.

John Anzola
Abril de 2013






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