16/7/16

Su nombre fue Juan. Su profesión, profeta. Su ministerio, preparar el camino al Mesías. Su mensaje: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Era conocido como Juan el Bautista. Muchos años de su vida los pasó en el desierto, en los lugares secos donde la vida escaseaba.

Nunca vistió un traje fino, ni se le vio rodeado de riquezas. Tampoco comía en los mejores restaurantes. Por el contrario, vestía una ropa hecha con piel de camello, y comía langostas y miel silvestre. No frecuentaba los palacios, aunque por un capricho de la hija del gobernante de turno, su vida terminó en uno de ellos.

Su predicación fue certera, dura, directa. Afligía a los acomodados, y también acomodaba a los afligidos. A los unos les decía: ustedes son como serpientes, se dicen justos pero son pecadores. A los otros les decía: yo los bautizo con agua como señal de que se han arrepentido, pero vendrá uno más poderoso que yo que los bautizará con Espíritu Santo.

La vida misma de Juan el Bautista fue el cumplimiento de la profecía hecha por el profeta Isaías y por el profeta Malaquías. Él lo sabía, sabía que su profesión, su ministerio, y su mensaje preparaban la llegada del Mesías. Pero su humildad siempre estuvo presente: No soy digno de ser su esclavo, dijo.

En una ocasión los jefes de los judíos - los piadosos y justos de la época-, los sacerdotes, y de los ayudantes del templo, se acercaron a hacerle la pregunta más difícil que un hombre puede responder: ¿Quién eres?

Las respuestas pudieron haber sido infinitas, valentonadas, y orgullosas. Pero no fue así. En principio dijo lo que no era: No soy el Mesías, no soy Elías, no soy el profeta. Ante la insistencia de sus interlocutores, se definió con una referencia al profeta Isaías: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto.

Tan sencillo y tan profundo: una voz. ¿Cuántos podríamos definirnos hoy como una voz, como un mensaje, como un sonido de esperanza, de vida eterna, de salvación? ¿Son nuestros pensamientos, palabras, y actos una sonido de salvación para el mundo perdido? ¿Eres una voz?

El desierto no dista mucho de nuestra realidad hoy. En un mundo sin esperanza, condenado a la muerte como consecuencia del pecado, se hace más que necesario ser una voz, una voz que lleve el mensaje de salvación a los que lo necesitan. Tú puedes comenzar hoy, y decir como Juan: Yo soy una voz que clama en el desierto: Hay salvación.

John Anzola

Fotografía David Lacarta  Tomada de: https://www.flickr.com/

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario. No olvides dejar tu correo electrónico.